En los Estados Unidos de Stephen King no hay nada que no pueda ser provechosamente asimilado y explotado con agresividad; incluso un osario puede acabar reconvertido en una atracción tipo Disnelylandia. Las sensibilidades aparentemente opuestas de King y Ellis tienen un punto de encuentro en el parque temático de Universal Studios en Orlando (Florida), donde hace poco se instaló un «decorado de Psicosis» como atracción para toda la familia, brindando a los estadounidenses de vacaciones la oportunidad de participar vicariamente en el famoso asesinato de la ducha. La escena, deberíamos recordar, implicaba a un monstruoso dopplegänger enmascarado y una ceremonia de renacimiento violentamente interrumpida. Tras haber robado impulsivamente 40.000 dólares y darse a la fuga, Mario Crane (Vivian Leigh) decide devolver el dinero y regresar a la sociedad. La ducha es el símbolo transitorio de su purificación, de su reintegración en el grupo social. Su asesinato, al igual que la traición sufrida por Carrie en el baile, pasó de ser una poderosa imagen del colapso de los contratos básicos sociales y de la afinidad entre seres humanos. Como nosotros, Marion Crane quiere prosperar, seguridad. Aunque comete un error, decide respetar las reglas y buscar perdón y aceptación, sólo para que su transformación purificadora acabe convertida en un sacrificio sangriento. Al parecer, no existe Dios alguno o, por lo menos, no uno justo. La perturbadora secuencia pasó a ser una de las más influyentes de la historia del cine y con un buen motivo: socavaba todas las fórmulas y expectativas, tal y como los años sesenta estaban haciendo prácticamente a todos los niveles: el social, el político y el artístico. Psicosis supone un momento de inflexión del horror moderno que articula el temor de la gente corriente que se siente atrapada e inmovilizada en un mundo marcado por el cambio velos. El ritmo de la transformación económica y tecnológica no ha hecho sino acelerarse desde entonces, y Psicosis se ha resistido tozudamente a desaparecer. La película ha sido procesada, y reprocesada a través de los engranajes de la cultura popular; imitada, parodiada, continuada en secuelas, analizada, y deconstruida… para acabar en última instancia jubilada en Florida como una inofensiva atracción turiística. Si su familia tiene problemas de asimilación en una economía venida a menos, lleve a los críos a Orlando, donde podrán clavar literalmente el cuchillo en uno de los momentos oníricos más desastibilizadores de nuestro tiempo.
Págs 398 y 399 – Monster Show
«La danza de la insolvencia»
David J. Skall (Traducción de Óscar Palmer)
Es Pop Ediciones, 2023