Si me gusta una canción (o me desagrada una canción), tengo que explicarme a mí mismo por qué existe esa sensación. Si tengo que escribir sobre dicha canción en un foro público, tengo que explicárselo a otras personas. Pero mi explicación nunca es completamente fiel a menos que diga simple y llanamente «me gusta esto y no sé por qué» o «me desagrada esto por motivos que no se pueden cuantificar». Cualquier otra respuesta no es sino el proceso de singularizar una sensación abstracta y desentrañar el modo de hacerla encajar en un léxico que se adecúe a lo que sea que ya he decidido que quiero creer. Mi mente no es mía. Y una vez que esa conclusión se ha osificado internamente, ya no hay marcha atrás. Una vez que te has dado cuenta de que no puedes controlar cómo te sientes, te resulta imposible creer ninguna de tus propias opiniones. En consecuencia, no puedo odiar a los Eagles. Me parece imposible. Me parece ridículo. Los Eagles son reales, pero no existen; sólo existen como una manera de pensar sobre «Los Eagles».
Pág 52 – El sombrero del malo
Chuck Klosterman (Traducción de Óscar Pálmer Yáñez)
Es Pop Ediciones